La guerra implica un mal en esencia atroz: engendra y nutre el espíritu de venganza, despierta en el hombre todas las bajas pasiones que permanecen ocultas en lo más profundo de su ser y lo insta a cometer actos que son más propios del demonio que de una criatura creada a imagen y semejanza de Dios […]. Ahora, los cipayos se vengan de los vivos cada vez que se les presenta la oportunidad y, si esta no se presenta, se ensañan con los muertos.