—Ya ni a Dios nos van a dejar a los pobres —dijo entre sollozos.
Su marido le cogió la mano.
—No llores, Maria —le decía—. Que no es eso, mujer, que ya verás como no es eso…
Un hombre joven tomó la palabra.
—Digo yo, don Ezequiel, si no sería bueno votar eso del Crucifijo, porque digo yo que así se sabe si estamos o no todos de acuerdo.
El Alcalde intervino.
—No hay nada que votar, Andrés, porque esto es una orden de arriba, no un capricho del maestro.