Adolfo Bioy Casares

casi a gritos, le pedí que me insultara, que me delatara, pero que no siguiera en silencio.

Siempre había afirmado que había que cuidar los recuerdos, porque eran la vida de cada uno.

Cualquier buena noticia la entristece, porque da en suponer que para compensarla vendrá una mala.

A nadie quiere tanto la gente como a sus odios.

Las personas que nos quieren tienen derecho a odiarnos de vez en cuando.

—¿Con qué propósito? —pregunté.

—El de siempre. El ansia de riquezas. El dinero es horrible.

Por la manera de mirarme yo debí entender que esa perra me quería. No creo que nadie tenga ojos así.

Tuve entonces la prueba de que debo coserme la boca y no hablar de asuntos que me importan delante de personas dispuestas a interpretar con mala voluntad lo que digo.

—¿A vos te parece bien que entre amigos haya secretos?

—Secretos no, pero tampoco es cuestión de contar todo, como las mujeres y los modernos maricas.

—El amor y la amistad no congenian —sentenció la vieja—. Cuando uno está en auge, la otra decae.