Estoy un poco confuso.
—Yo también, joder —dice Alex sufriendo intensamente por algo que debió de hacer en una vida anterior—. Mira, no sé por qué, pero todo esto... —hace un ademán para abarcar toda la presencia física del príncipe— está... afectándome muchísimo, así que tengo que hacer una cosa.
Y, sin más ceremonias, se pone de rodillas y empieza a desabrochar el cinturón de Henry y la botonadura de los pantalones.
—Oh, Dios —exclama Henry.
—Ya —coincide Alex, y acto seguido le baja los calzoncillos.
—Oh, Dios —repite Henry, esta vez con sentimiento.
Todo esto sigue siendo nuevo para Alex, pero no le resulta difícil plasmar en la realidad lo que lleva una hora planificando mentalmente con todo detalle. Cuando levanta la vista, ve a Henry sonrojado y extasiado, con la boca entreabierta. Casi duele mirarlo, con esa concentración de deportista, con todos los aderezos de la aristocracia puestos a su plena disposición. El príncipe lo mira a su vez, c