que tienen en común los dos nombres, Auschwitz e Hiroshima, es un franqueamiento de los límites: no de los límites de la moral, ni de la política, ni de la humanidad —en el sentido del sentimiento de la dignidad de los hombres—, sino de los límites de la existencia y del mundo en donde esta existe, es decir, en donde la existencia puede atreverse a esbozar, a iniciar, el sentido»3.