primero que me dijo fue que estaba loca. Que dónde iba a encontrar un empleo ahora. Que de qué iba a vivir. Luego pareció olvidarse y cambió su típica dicción dramática por otra más ligera, más distraída. Me preguntó qué tal tiempo hacía en Vado, como hubiera podido preguntar cualquier otra cosa. Le describí el cielo plomizo, la densidad de las nubes y las formas que tenían los charcos de las aceras: manos, pies, cabezas, penes; todo un rosario de formas humanas extendidas por los adoquines.