Así que, después de la justificación que nadie había pedido, vuelvo a disculparme por esta obsesión narrativa, del mismo modo que pido perdón a mis plantas por no haberlas regado, con convicción y arrepentimiento, con el pelo sin lavar debido a no sé qué de un apocalipsis que nos tiene a todos encerrados como héroes de otro siglo, y así camino por la casa descalza y medio desnuda mientras murmuro en voz baja: «Lo siento. Me he equivocado. Volverá a ocurrir».