Su equilibrado balance del legado durkheimiano (una vertiente que rara vez había visto considerada con seriedad) mostraba con lucidez lo que aún era útil de esa perspectiva: la importancia de la sociedad que mira el castigo. El libro reintroducía la cuestión de la pasión en el fenómeno punitivo, se interesaba en el problema nietzscheano de la emoción social de la crueldad y la sed colectiva de venganza, conceptos completamente ajenos a la visión foucaultiana del “dispositivo” de control social. Los límites del objeto “castigo”, en fin, eran redefinidos.