Tanto el respeto como la justicia nos imponen deberes, y aquí tropezamos con algo que hemos olvidado. La obligación de comportarnos justa, respetuosa, valientemente no afecta sólo a nuestro trato con los demás, sino también al trato con nosotros mismos. Si no debemos atentar contra la dignidad de otra persona, tampoco debemos atentar contra la nuestra. Si la dignidad implica libertad, no podemos abdicar de nuestra libertad, por ejemplo mediante las adicciones o la cobardía; si la dignidad implica conocimiento, no podemos permanecer en la ignorancia; si la dignidad implica rechazar la tiranía, no podemos claudicar ante nuestros tiranos interiores.