Laura Sofía Rivero

actual virtualidad ha hecho de la escritura un tecleo estéril, no una marca que se deja sobre una superficie virgen. A las palabras les falta tamaño, plasticidad, desorden, carne. Los pixeles perfectos no se comparan al grafito: transgresor e imprevisto. La pluma es una extensión de ese yo que conoce el mundo a través del tacto. Una epidermis intercesora. Pulsión de hacer del lenguaje algo más que un signo inmaterial, sino el objeto inserto en un acontecer y que, como todo lo existente, se deteriora y muta.

Nuestro cuerpo jamás ha tenido dudas: la mente nació víscera y capricho.

Un rumor propio que llega a otras orejas pareciera la revelación de nuestra más secreta intimidad.

Nunca tendremos la experiencia que sí tienen nuestros acompañantes, para nosotros cada mordida martillea en los cachetes y oídos ensordecedora; para el público, apenas perceptible

lo cierto que es los

En esa lujosa bacinica superestrella incrustada de zafiros, rubíes y diamantes queda manifiesto que el baño es un artefacto de disparidad

Porque gastar en el retrete los árboles que le faltan al planeta, genera un espejismo: la confianza en que todo estará bien y pasará pronto.

Al crecer, constreñimos nuestros antojos porque madurar implica reconocer los límites
del deseo.

Entender la alimentación implica atisbar, al menos un poco, lo que significa la muerte.

En el carrito de compras ocupa un lugar preponderante. Incluso, puede abarcar más espacio que aquellos alimentos causantes de su uso, ¿alguna vez habrá sido más caro limpiarse que comer? Por ser tan voluminoso, deja un hueco evidente en los hogares cuando se acaba. Un vacío que pide ser llenado.