Escribir, más allá de ser una cuestión de tono, es también una cuestión de estatus, y no puedo aún permitírmelo todo o permitirme cualquier tipo de violencia; ¿me está autorizada la vehemencia si quiero asegurarme de que mi texto no será encerrado en el cajón de la «escritura femenina» o «escritura queer», relegado a una literatura de segunda división? ¿Puedo tener la certeza de que, por aspirar yo a ser clara y pedagógica, por no dar los conceptos por sabidos, por no utilizar la misma jerga y palabrería aséptica (ojo: no hablo aquí de un lenguaje especializado y necesario), no seré despreciada en la academia, en el mundo de la teoría? ¿Puedo asegurarme, por el contrario, de que el lector común tendrá algún interés en este texto? ¿Para quién escribo y por qué escribir así si tampoco considero mi cuerpo un texto o mi posibilidad de escritura, mi hablar mujer, como si fuera un cosmos, cual realidad fundamentada en el cuerpo o en las vísceras?