retrato indulgente de una naturaleza ya no buena ni hermosa, sino corrupta y corruptora, fea y repugnante, equivalía a olvidar la tradición de la Vanitas, del memento mori —“¡recuerda que eres mortal!”— en la poesía barroca, ya opuesta a la estética clásica. Eran también los recuerdos de la poesía francesa de los siglos xvi y xvii, el arraigo de Las flores del mal en la tradición, que se confundían con su realismo morboso.