Concreto Editorial

En uno de sus libros, Laurie Anderson escribe sobre la Meditación madre, un ejercicio budista que consiste en encontrar un momento en el que tu madre realmente te amó sin reservas y enfocarse en ese momento para aplicarlo a toda la gente, para darle tu propio amor sin reservas al mundo como si fueras su madre.

La madre le acaricia el pelo, le besa la frente y yo pienso que ahí está, ahí está su amor sin reservas. Ojalá que se acuerde.

Me cuesta salir de los comienzos. Salir de los comienzos implica que las cosas terminen y un final se siente casi como quemarse con cera.

Nunca supiste cómo dejar de pensar en lo que viene justo después del salto. Eso no estaba en las instrucciones.

Todavía te quedan muchos años de este cuerpo joven para hacer todas las caminatas que quieras, un cuerpo capaz de cosas grandiosas, de ciencia ficción, como contener un pedazo de futuro adentro.

Nunca pensé tener un hijo. Parir amarga y cierra a las mujeres, las convierte en madres egoístas, cangrejos impenetrables que se esconden en un exoesqueleto desde el que atacan con tenazas afiladas. Madre o mujer; a ninguna madre se le perdona que quiera ser mujer después de un hijo: arreglarse, ir a bailar a una caseta, pintarse la boca está prohibido

voz de Dios solo la escuchábamos adentro,

golpearon y humillaron, dejándoles una cicatriz eterna con la que hoy nacen todas las negras.

Para mí, estar enamorada, visualmente, sería así: estoy parada en un punto, me dejo caer hacia atrás con todo mi peso. Antes de llegar al suelo alguien me ataja y me devuelve al centro. Una vez ahí comienzo a irme para adelante, con todo el cuerpo y en línea recta. Cuando estoy a punto de aplastarme la cara, me regresan al centro de nuevo.

Me pregunté si el amor alguna vez volvería a ser una experiencia para mí.