Ningún profesor de la BYU había examinado mis textos como lo hizo el profesor Steinberg. Ninguna coma, ningún punto, ningún adjetivo o adverbio escapaba a su interés. No distinguía entre gramática y contenido, entre forma y sustancia. Una oración mal escrita era una idea mal concebida y, a su parecer, la lógica gramatical debía corregirse.