La siguiente vez que entré en el auditorio, en la pantalla aparecieron otras caras, y eran negras. No veíamos ningún rostro negro —que yo recordara al menos— desde las clases sobre la esclavitud. Me había olvidado de ellos, de esos otros estadounidenses desconocidos para mí. No había pensado en el fin de la esclavitud: sin duda todos habían oído la llamada de la justicia y el asunto se había resuelto.