¿No hay acaso fuera de las Iglesias muchas personas que en respuesta a las cuestiones fundamentales del ser humano de ninguna manera se contentan, y mucho menos para toda la vida, con sentimientos vagos, prejuicios personales o explicaciones aparentes?
Y en todas y cada una de las Iglesias ¿acaso no es también crecido el número de los que no quieren permanecer en una fe infantil;
que esperan algo más que un mero repertorio de frases bíblicas o un nuevo catecismo confesional;
que en las fórmulas infalibles de la Escritura (protestantes), de la Tradición (ortodoxos) o del Magisterio (católicos) ya no encuentran el último apoyo?