lo vi y tú también lo viste, pero no nos dijimos nada. Nos acompañamos en ese amor de la misma manera en que nos acompañamos en la despedida de Dolores: en silencio. Empezamos a dejar que las miradas duraran a veces un segundo más, que nuestros cuerpos se dieran un pequeñísimo apretón antes de separarse del abrazo tras una conversación difícil. Ese fue nuestro código. Nunca comprobé, nunca te lo pregunté para asegurarme, supongo que ese era el precio a pagar: no saber nunca con absoluta certeza si aquello era recíproco, porque verbalizarlo habría sido ponerle fin. Si fue una fantasía que me monté, bendita sea. Y si no lo fue en aquel momento, no me importa que lo sea ahora.