Mi mamá hablaba con sus plantas, a ellas les comunicaba sus pensamientos más negros. Para mí reservaba las alegrías y los misterios entretenidos, las instrucciones y los trozos elaborados de su experiencia. No me decía nada del óxido que le comía las entrañas por dentro. Pero yo notaba su deterioro y lo guardaba en la caja de los miedos, que solía abrir en las noches, antes de dormir, y después todos los días, a todas horas.