Nadie termina nunca de irse. Nos dejan algo por dentro y eso es tan grande que es imposible desaparecerlo —me explicó.
—Sí, ya sé, todo mundo dice que los muertos viven en nuestros corazones. Pero a mí eso se me hace pura cursilería —le contesté.
—Lo es. Pero, ¿quién habla de eso? Yo digo pedazos reales, cachitos que cualquiera puede ver si se fija bien fijado. Todos nos vamos, pero mientras vivimos dejamos trozos de nosotros mismos en las cosas, en la gente. Por ejemplo, ¿de dónde crees que salió esa forma de poner los ojos en blanco cuando te regaña tu mamá? ¿Crees que germinó solita como los frijoles en frascos? ¡No, señor! ¡La inventó tu abuela!
—¿Y luego me la enseñó? Qué raro. Sería cuando estaba muy chico, porque no me acuerdo de nada —le dije bastante confundido.
—No. No te la enseñó: te la dejó. Es un pedacito de ella que vive contigo.