Pero yo no quería olvidar. Abrazada a mi rencor, feo y erizado de pinchos, triste erizo de mar, me alejé sola andando con dificultad en dirección opuesta, hacia la imponente cárcel. Como desde una estrella, vi, fría y sobriamente, la separación de todo. Sentí la pared de mi piel: yo soy yo. Esa piedra es una piedra. Mi hermosa fusión con las cosas de este mundo se había terminado.