Nancy Garden

Liza, no seamos así. No nos asustemos de comprar libros, no permitamos que nos dé vergüenza comprarlos ni los guardemos en una estantería secreta. No sería sincero ni correcto, sería negar… todo lo que sentimos la una por la otra.

la puerta y parecía que iba a marcharse, así que volví a hablar rápidamente.

—¿Vienes mucho por aquí? —Al instante, me dio mucha vergüenza

Yo también me reí, y luego no se me ocurrió nada más que decir

—¿Vienes mucho por aquí? —Al instante, me dio mucha vergüenza lo estúpido que había sonado.

La capa se le abrió un poco y pude ver que debajo llevaba unos pantalones de pana verdes y un jersey marrón muy poco coloniales.

Creo que es por la ausencia de sombras y por la luminosidad desnuda y pura, hasta en un día tan lluvioso como aquel. La luz penetra en haces a través de los paneles de cristal, tan abiertos como el cielo, y se refleja en el estanque, con lo que el espacio actual del templo parece tan vasto y cambiante como tuvo que ser su entorno original a orillas del Nilo, miles de años atrás.

Annie soltó una exclamación nada más entrar.

Me di cuenta entonces de que ella, como yo, no sabía muy bien qué decir, y durante unos segundos solo balbuceamos.

—Ya sabes… lo de los unicornios, doncellas y caballeros. Hasta lo de mirar narices fijamente. No quiero jugar más. Tú me das ganas de ser… de verdad.

¡Dai! Las niñas jóvenes deberían reír. La vida ya es mala cuando creces; ¡más vale reír cuando eres joven! Enséñale eso a mi Annie, Li, ¿de acuerdo?

—¡Prometido! ¡Bien, bien! Annie se ha reído más esta semana, desde que te conoce.