Bernardino de Sahagún reunía, supongamos, en la celda del Convento de Santiago Tlatelolco, a los antiguos sabios, los tlamatinime; les mostraba un códice y el sacerdote nahua respondía: aquí está lo que se sabe de… Pero en esa celda no había ritual ni danza ni música ni plaza alrededor del templo ni pirámide ceremonial: sólo el texto, desnudo. ¿Qué resta de esa música y de aquel canto mexicas, en el texto recogido con tanto esmero por Sahagún? Desde luego, su belleza, su ritmo, sus acentos… En el texto no hay rimas (nunca las tuvieron), sino reiteraciones, aliteraciones, repeticiones de ritmos e imágenes: el pueblo bailaba, cantaba, repetía el texto durante días y noches, en la explanada donde se celebraba la fiesta ritual.