Ellos hablaban de sí mismos como si fueran volátiles, efímeros, como si estuvieran siempre al borde de la desaparición o la consagración. Parecían desgastados héroes deportivos, discípulos de un Houdini maoísta dotado del sentido del humor, o personajes de un Rulfo leninista, urbanizados por 50 años de magia repetitiva.
Ellos intuían que nada era totalmente imposible