La cuestión filosófica más persistentemente inquietante que todo esto plantea es también la más básica: ¿seguiría siendo yo? Si la incalculable complejidad de mis conexiones y procesos neuronales pudiera cartografiarse, emularse y ejecutarse de algún modo en una plataforma distinta del kilo y medio de gelatinoso tejido nervioso contenido en mi cráneo, ¿en qué sentido esa reproducción o simulación sería «yo»? Incluso si aceptas que la transferencia es consciente, y que la forma en que esa conciencia se presenta a sí misma resulta indistinguible de la forma en que yo me presentaba, ¿eso la convierte en mí? Si la transferencia cree ser yo, ¿basta con eso? (es decir, ¿basta que yo crea ser yo en ese momento, y acaso eso significa algo siquiera?).