Lourdes Pérez Ureña

Todo esto no es una novedad para ti, pero desde ahora y hasta mayo sigues siendo Neil Josten y yo sigo siendo el hombre que prometió mantenerte con vida.

Si los Zorros consiguieran superar sus diferencias y aprendieran a ponerse de acuerdo de vez en cuando, podrían convertirse en algo extraordinario

Wymack se detuvo frente a él.

—Neil, entre tú y yo —dijo—, creo que no has estado bien en tu vida.

Kevin empezó a hablar y Neil supo que iba a decir algo negativo y desmoralizador, así que pasó una mano por detrás de Andrew y le dio una colleja en la nuca para que se callara. Matt se atragantó con una carcajada e intentó fingir un ataque de tos. Kevin se quedó congelado un instante antes de fulminar a Neil con la mirada.

—Nadie quiere escuchar lo que tienes que decir ahora mismo —dijo Neil.

—Si vuelves a pegarme… —empezó Kevin.

Andrew lo interrumpió con tono casual.

—¿Qué harás?

Kevin cerró el pico, pero no de buena gana.

Con el polvo de galleta corriendo por sus venas

—¿Crees en el destino?

Neil oyó el ligero desprecio en la voz del otro.

—No. ¿Tú?

—En la suerte, entonces —dijo Aaron, ignorando la pregunta.

—Solo en la mala.

—Obviamente, nos halaga mucho que nos tengas en tan alta estima.

Sonaba a sueño; sabía a perdición.

Contemplar cómo Kevin se machacaba de madrugada, feroz y despiadado, casi consiguió que Neil lo perdonara. Kevin se exigía más a sí mismo que a cualquiera de ellos. Establecía un objetivo extremadamente alto e intentaba alcanzarlo con todas sus fuerzas, y no comprendía que todo el mundo no hiciese lo mismo.

Recuerda cómo te sientes ahora mismo. Ahora es cuando dejas de ser la presa.

Sabía que no lo merecía, que, sin lugar a duda, no era lo bastante bueno como para jugar en aquella cancha, pero lo deseaba y lo necesitaba con tantas fuerzas que hacía que le doliera todo.