Sophie Kinsella

Jack me sonríe como diciendo: «Así se habla».

Jack me sonríe como diciendo: «Así se habla».

—¿Quieres saber por qué se me han quedado grabados todos tus secretos? Emma, en cuanto empezaste a hablar en aquel vuelo, me cautivaste.

Jack está en la puerta de la cafetería.

—¿Quiere comprar un poco de brezo de la suerte? —me pregunta una mujer vestida con un chándal rosa mientras me pone en la cara un ramo envuelto con papel de aluminio, pero niego con la cabeza—. ¿Y usted, señor?

—Deme toda la cesta. Creo que voy a necesitarla.

—Nick también.

—Pues lo pondré de patitas en la calle. —Reflexiona un segundo—. ¿Qué tal si echo a todos los que se burlen de ti?

Esta vez no puedo evitar reírme.

—Entonces te quedarás sin empleados.

—Me da igual, así aprenderé. Eso me enseñará a no ser tan irreflexivo.

—Emma, ¿todas las mujeres tenéis secretos?

¿Habré destruido su confianza en el género femenino para siempre?

Nunca me he puesto las corbatas que me regala mi madre en Navidad. No sé lo que significa codependiente. Siempre he querido ser un par de centímetros más alto. Tengo un sueño recurrente en el que soy Superman, y me caigo desde el cielo. A veces me encuentro en una reunión de la junta directiva, miro a mi alrededor y me pregunto: «¿Quién demonios es esta gente?».

10. Anoche, cuando Jack me preguntó en qué estaba pensando, le dije que en nada, aunque la verdad es que estaba eligiendo los nombres de nuestros hijos.

Mi padre siempre me dice: «Si quieres el perro, acepta las pulgas»