Enamorarse es fácil. Durante un tiempo, la fuerza del amor te lleva en volandas, sin esfuerzo. Todo posee perfecta armonía y las posibilidades parecen infinitas. Pero un día te despiertas y descubres que en la habitación hay otro ser humano con necesidades y pareceres propios, y es entonces cuando comienza lo interesante, la identificación de las afinidades, la formación de un vínculo resistente y duradero. O donde fracasa. Nada tienen que ver el amor y el desastre, pero las utopías de este son también una suerte de tiempo hechizado, en el que el compromiso, la improvisación y la empatía parecen darse motu proprio. Lo difícil viene después, cuando tenemos que dar forma, a fuerza de tesón y determinación, a una sociedad digna. Hay momentos en que la sociedad civil vuelve a enamorarse de sí misma, cuando celebra sus aniversarios, y los vínculos surgen de nuevo por arte de magia, no por obligación. El tiempo en que se generaron esos lazos, cuando las posibilidades eran emocionantes y la alegría surgía a cada instante, siempre será relevante.