«Lo más emocionante de aquellas horas, y lo más satisfactorio en retrospectiva, fue que el fuego nos demandaba una vigilancia y un esfuerzo constantes. Todo nuestro día […] lo dedicábamos a estar presentes, obligados a desprendernos de cualquier certidumbre sobre el resultado. Hubo momentos de miedo y ansiedad, sobre todo cuando entendimos que el fuego se nos venía encima a toda velocidad y desde todas las direcciones, que no aparecería primero por una ladera y luego, poco a poco, por las demás, como nos dijeron varios bomberos profesionales. Pero no había tiempo para el miedo. Convertimos el miedo en decisión y salimos al encuentro de nuestro invitado e hicimos lo que teníamos que hacer». Dave Zimmerman, director del centro, concluiría unos días después: «Por último, vaya aquí nuestro más profundo reconocimiento hacia el fuego, que con su lección sobre transitoriedad se ha ganado todo nuestro respeto y atención». El abad, Stephen Stucky, señalaría en una conferencia posterior que el encuentro con el fuego le reafirmó en la idea de «estar preparado para acoger lo que surja». Tassajara sobrevivió como una isla verde en un océano de laderas oscurecidas y bosques calcinados. La comunidad, al buscar lecciones en el fuego, las halló, y vio que había mucho por lo que estar agradecida: la práctica budista la había preparado para responder con serenidad. A muchos les angustiaba la posibilidad de perder un lugar amado, pero reconocían que el desapego y la ecuanimidad eran lecciones que habían de aprenderse. Y se beneficiaron enormemente de ser una comunidad capaz de organizar respuestas y obtener apoyo y recursos, cercanos y lejanos.