encarar una tarea tan temeraria como aquella de intentar resumir y, sobre todo, juzgar el desarrollo de la educación y de la instrucción durante los últimos treinta años, nos asalta un auténtico pavor ante la desproporción que hoy en día, tanto como en 1935, subsiste entre los inmensos esfuerzos realizados y la ausencia de una renovación sustancial de los métodos, de los programas, de la posición misma de los problemas y, en definitiva, de la pedagogía en su conjunto como disciplina rectora.
En 1939, Lucien Febvre hablaba del shock violento e incluso brutal que se siente al comparar el empirismo de la pedagogía con el “realismo sano, recto y fecundo” de los estudios psicológicos y sociológicos que esta pedagogía podría tomar como fuente de inspiración. Explicaba esta escisión o esta ausencia de coordinación a partir de la infinita complejidad de la vida social de la cual la educación es reflejo e instrumento a la vez.