Pero Rómola le amaba. Obsesivamente, excesivamente. Amaba al bailarín, no al hombre. Al hombre no lo conocía. Amaba a la celebridad, a la estrella, al extraordinario intérprete que habitaba en su cuerpo de toro, en su mirada turbadora. Y quién era aquel hombre cuando dejaba de bailar. Qué era. Y a quién de los dos, al hombre o al genio, si acaso podían separarse, amaba Serguéi Diághilev. El todopoderoso Serguéi, que entró en cólera y expulsó del Ballet a Vaslav cuando se enteró de su boda. Se había quedado sin su amante a causa de su terror al mar. Una gitana le había predicho que moriría ahogado en un naufragio. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Náufrago del amor. Si acaso era amor eso que sentía.