Un hombre que, llegada la ocasión, no desdeña la agudeza que se le ofrece, y a veces la fuerza hasta llegar a la sentencia lapidaria: «Yo era inteligente, pero no era capaz de nada»; «Considero que cualquiera que haya sido toda su vida gentil y bueno, no merece otra cosa que tener cáncer»; «Dar hace mucho menos feliz que tomar»; «La historia de mi vida me aplasta mortalmente, pero me es evidente». Todo esto pertenece a un espíritu agudo y en él se reconoce la instrucción latina del romanista, la voluntad de llegar a la claridad aun a costa de pasar por la prueba de fuego.