Esto se debió, en parte, a que en el siglo XIX las “dos culturas” aún no se separaban por completo. Los que se dedicaban a la ciencia y los que hacían literatura, pintura, política y teología tenían todavía intereses comunes. La educación estaba menos especializada, aunque para fines del siglo iba cambiando rápidamente, y ya la ciencia que se aprendía mediante libros de texto era bastante diferente de la que se podía encontrar en un artículo dirigido al público general o en una demostración de Faraday en la Royal Society.