—En su literatura, usted lo perdona todo, menos que una señorita no lo quiera a usted.
—Bueno, sí, ya lo entendí, no se ponga tan enfático. ¿Qué quiere? ¿Que haga una conferencia de prensa y pida perdón en público?
—No. Quiero que se dé cuenta de algo: usted trabaja con pocas hipótesis, muy pocas, solo dos. ¡Y ni siquiera cree en ellas!
—No se altere.
—¿Cómo va a cansarse de oírse (como me confesó uno de estos sábados) si usted no se oye?
—¿Y qué tengo que hacer?
—A estas alturas ya lo sabe, no se haga el tonto. Dígalo. ¿Qué debería hacer?
—Encontrar hipótesis que pueda defender.
—¿Y qué más?
—¿Reescribir toda mi obra?
—No, boludo, en serio.
—Que cuando encuentre nuevas hipótesis, no se contradigan entre sí.
—¿Y qué más?
—Creer en ellas.
—Ok. Ahora escríbalo mil veces en la pizarra.