Entonces ya sabía que no son sólo el rango y el nacimiento lo que hacen nobles a las personas sino también el carácter y la inteligencia. Ella estaba arrodillada ante la chimenea, envuelta en la luz rojiza del fuego, y parecía una princesa esbelta y plena de naturalidad, ni arrogante ni humilde, sin la menor huella de desconcierto o de apuro, como si aquella conversación fuese lo más normal del mundo.