Algo parecido ocurre con nuestros ojos. La capacidad de ver o percibir ópticamente el mundo que nos rodea se basa, curiosa pero innegablemente, en el hecho de que el ojo no se ve a sí mismo, ni a ninguna parte de sí mismo. Si padece cataratas, entonces ve una neblina, es decir, su propia opacificación; y si padece glaucoma, entonces ve alrededor de la fuente de luz una aureola con los colores del arco iris. Cuanto más deja de verse el ojo más sanamente funciona. Pues algo parecido le ocurre también al ser humano. ¿Cuándo un
niño
es completamente él mismo? Cuando se olvida de sí mismo, cuando está entregado a un
juego