Me oriento por el sol y, si no luce, por la llegada y la marcha de las cornejas o por otras señales parecidas. Me gustaría saber qué ha sido de la hora exacta ahora que no hay seres humanos. A veces me acuerdo de lo importante que era no retrasarse ni cinco minutos. Muchos conocidos míos consideraban su reloj como un diosecillo, y yo lo encontraba muy razonable. Ya que se vive en esclavitud, conviene someterse a sus reglas y no irritar al amo. Yo nunca serví gustosa al tiempo, al tiempo humano compartimentado por el tictac de los relojes, y eso me creó a menudo problemas. Nunca me gustaron los relojes y cada uno de los míos se rompía o desaparecía misteriosamente al cabo de un tiempo. Yo me ocultaba a mí misma esa destrucción sistemática, pero hoy sé cómo funcionaba. Dispongo de tanto tiempo para reflexionar que acabaré conociéndome en todos los pliegues.
Me lo puedo permitir, ya que no tiene ninguna consecuencia para mí. Tampoco importaría lo más mínimo que mi mente hiciera descubrimientos espectaculares. En cualquier caso, tendría que limpiar el establo de la vaca dos veces al día y traer la paja del desfiladero.