Si alguien te preguntara en ese momento qué es la felicidad, señalarías en silencio hacia ellos. Envejecer con tus amigos en una plaza así, charlando y bebiendo cerveza en el cuadrilátero formado por unos viejos edificios. Sentirte tranquilo en los silencios del grupo, seguidos por la ola de sus risas, no pedirle nada, ni más ni menos, al mundo, salvo que conserve esa cadencia de silencios y de risas. En las ineludibles noches de los veranos y la vejez inminentes.