La imagen lo empaña todo y la palabra pierde su valor. No hay tiempo para leer, tampoco para escribir. La imagen ocupa el espacio central, porque resulta más veloz y más popular la descodificación de imágenes que la de palabras. El consumidor de imágenes se queda, a lo sumo, con algún titular en la memoria que, al día siguiente, habrá olvidado.
La reducción del mundo lingüístico conlleva, también, una reducción del mundo emocional, mental y comunicativo. Cuando las palabras pierden su significado y se utilizan como moneda de cambio, ya no sirve de nada hablar, porque el acto de hablar tampoco no aporta ningún significado.