señora Shaw tenía deseos tan fuertes como la mayoría, pero no le gustaba hacer nada por el claro y manifiesto motivo de su propia voluntad y placer. Prefería verse impulsada a satisfacer sus gustos por la orden o el deseo de otra persona. Se convencía realmente de que no hacía más que someterse a alguna cruda necesidad externa; y así podía gemir y quejarse a su modo delicado, cuando en realidad estaba haciendo lo que quería.