en lo más mínimo pretendían cambiar el sistema político, ya que el presidencialismo autoritario les facilitaba sus proyectos, aunque, claro, solían decir lo contrario. Varios de ellos eran juniors, hijos de altos funcionarios (Salinas, Silva Herzog, Beteta, Bartlett), y conocían bien las leyes no escritas del régimen, sus pasadizos y mazmorras más pestilentes; estaban dispuestos no sólo a preservar sino a fortalecer los rasgos más atrasados del sistema político mexicano: la simulación de la democracia y el correspondiente culto a las formas; el autoritarismo y el paternalismo, la cooptación y la represión, y por supuesto la corrupción generalizada con discretos toques de gangsterismo.