Napoleón III intentó aprender una lección de las revoluciones de 1830 y 1848 y reconoció que quien se hacía dueño de las calles de París se hacía dueño de las batallas que tenían lugar en ellas. Con tal fin pidió a su planificador urbano personal, el barón Haussmann, que tuviera en cuenta las revueltas de la población al rediseñar la ciudad. Walter Benjamin describe la forma en que lo hizo en El libro de los pasajes: «El ancho de las calles hará imposible la construcción de barricadas, y otras nuevas establecerán el modo más corto de comunicar los cuarteles con los barrios de los trabajadores. Los coetáneos bautizan la empresa “el embellecimiento estratégico”».25