Tal vez no estemos siempre en la mejor posición para saber cuál es nuestro lugar. A veces nos amoldamos a lugares demasiado angostos, que nos constriñen más de lo que creemos, y aceptamos ocuparlos porque estamos convencidos de que están hechos para nosotros. ¿Por qué motivo, en virtud de qué lógica, acabamos persuadiéndonos de que, pese a todo, nos conviene ese lugar que a todas luces nos viene pequeño?
Una razón de peso es sin duda el deseo nostálgico de un lugar propio.