—Las mujeres siempre han sido difíciles de leer —insiste Robert ganándose una colleja de Rose.
—Eso no es cierto —niego yo.
Rose me da la razón.
—Es muy sencillo —conviene ella, y yo dejo que continúe y que explique su teoría—. Lo que pasa es que vosotros pensáis que lo que necesitamos son piropos, halagos y que nos regalen el oído, cuando lo que realmente nos enamora es que nos hagan reír.
—¿La risa? ¿Todo se basa en la risa? —pregunta Nathan sin entender nada.
Apuesto a que está barajando las opciones de dedicarse a la comedia a partir de este instante.
—No seas mentecato. —Estoy convencida de que Rose le daría una colleja si lo tuviese cerca, y su abuela…, ya entiendo que le tire de las orejas, a veces es de lo más impertinente.
Y adorable.
—¿Entonces?
—Nos gusta que nos hagan sentir especiales. Queridas, atendidas. Que nos hagan reír cuando nosotras no encontremos las ganas. Que nos abracen cuando estemos a punto de venirnos abajo. Que nos sonrían con adoración cuando solo queremos llorar y que nos escuchen cuando nuestra cabeza no deja de pensar y pensar. Que sean nuestro pilar cuando nos convertimos en nuestras propias enemigas y que confíen en nosotras más que nosotras mismas.