La cabeza de mi padre

Cuando pienso en la gratitud que se expande y se reproduce a sí misma en forma de cuidados, se me ocurre que cuidar a otros en la espiral de la gratitud es, en realidad, el amor.

Vete a la mierda y descansa en paz. Te amo, papá.

Este libro es mi hijo, es tu nieto, y eres tú y soy yo, y es el cuento que escribí para ti, para él y para mí al mismo tiempo. Somos un Frankenstein de palabras. Lo siento si alguna parte no te gusta, todas las criaturas tenemos retazos y costuras burdas, unas cicatrices finas y otras repelentes.

Mi vida cambió el día que comprendí que todo lo que ocurre, ocurre para ser contado. Que la humanidad se sostiene no sólo de su reproducción incesante, sino de la narración incesante de su historia, de nuestras historias. De modo que escribir es mi forma de fertilidad.

La vida es una jornada de batallas campales para juntar nuestras partes, de eso se trata el viaje que todas y todos hacemos. Todos los pedazos escogen el mismo camino, todos vuelven. De ti me acuerdo, abuela.

Soy mi madre y mi padre, pensé. Estaban juntos allá y entonces como están juntos aquí y ahora, en mí. Imaginé un huevo que implosiona.

Unir los pedazos. Integración.

Las abuelas son la literatura del mundo y casi todos los escritores y las escritoras nacieron sentados en su regazo o rondando el calor de sus faldas, el filo de sus lenguas, la ceguera de sus ojos que todo lo veían, que todo lo reconocían incluso antes de verlo.

Era mi hermana quien nos llevaba a las más pequeñas a la escuela y nos llenaba la mochila con comida y golosinas para que no pasáramos hambre; era ella quien se aseguraba de que tuviéramos zapatos, era ella quien cocinaba para nosotros cuando tenía apenas doce años. Y siempre lo hizo con alegría.

Cuando pienso en la gratitud que se expande y se reproduce a sí misma en forma de cuidados, se me ocurre que cuidar a otros en la espiral de la gratitud es, en realidad, el amor. Quién sabe, tal vez digo una estupidez del tamaño de una catedral. De cualquier manera nadie sabe ni sabrá nunca qué es el amor.

La moneda de la gratitud lo paga todo, hasta la vida. O, sobre todo, la vida.

Mi madre me enseñó que la gratitud es el remedio contra la falta de sentido y contra la amargura.

Éste es el embate inevitable: nos hacemos adultos cuando mueren nuestros padres. No importa la edad que tengamos, no importa la relación que hayamos tenido con ellos, no importa la causa de la muerte. Cuando ellos no están el cielo se convierte en un Saturno amenazante que ha devorado la primera línea de sus hijos y que luego vendrá por nosotros. Comprenderlo es lapidario y, al mismo tiempo, profundamente esclarecedor, acaso la única vía para cosechar el fruto de la perspectiva.