A pesar del enorme daño corporal, las cigarras no quedan incapacitadas sino que, por el contrario, se vuelven hiperactivas e hipersexuales, aunque han perdido sus genitales. Al volar buscando aparearse frenéticamente van espolvoreando las esporas, que contaminan a otras cigarras, con lo que se convierten en «saleros voladores de la muerte», de acuerdo con Sheldrake.