Lluvia del norte

Empecé a moverme por el lado derecho del espacio. A mi alrededor la lluvia caía con un estruendo. El sonido crecía, seguía creciendo, hasta que sentí que me había consumido el agua, que me movía dentro de ella, como bajo la superficie de algo invisible, ajeno a la realidad.

Sus ojos eran cafés, extraños. Había un tipo de violencia latente en ellos, como de algo que quería desbordarse sobre el mundo y poner las llanuras a arder.

Rosa es algo cruda, cruel… Fue ella quien lo cazó a usted, la que lo trajo acá. Porque tengo que admitir que usted y su amiguito nos sorprendieron mucho cuando llegaron a tocarle la puerta a Torres. También con su actuación frente a Luis. Desde ese entonces Rosa se puso a investigar. Lo siguió donde la madame. Después de eso no fue tan difícil predecir una movida suya, anticiparse a ella…

aunque desde temprano Rosa fue la que tomó la delantera. Inesperado, la verdad, porque al igual que usted, yo tenía mi fe en Torres o Luis. Pero qué va, muy poco fiables ellos, muy inciertos al enterrar el cuchillo. Rosa no, Rosa es otra cosa. Una tica con un talento natural. Yo supe que tenía futuro inmediatamente, hace años, cuando ella y Torres trabajaban para la madame.

—Le presento a Rosa –dijo Coto–, mi mujer fatal favorita. Quería entenderse con usted. Por supuesto le guarda mucho rencor por lo de Torres.

Tenía la boca amordazada, las manos atadas sobre los regazos. Detrás de él había una mujer con una automática en la mano izquierda, apuntándole a la sien.