Le llevo a mi madre agua que he hervido previamente pero que no he puesto a enfriar en la nevera. Sigue siendo el agua inadecuada. Estoy aprendiendo que hay diferentes grados de inadecuación. Ya no le hablo. Enterarme de que mi madre desea someterse a una amputación me ha sacudido en lo más hondo de mi ser. No tiene derecho a mantener ningún tipo de conversación conmigo porque ha remplazado las palabras por el bisturí del cirujano. No puedo convivir con la violencia de sus intenciones ni de su imaginación. De hecho, ni siquiera estoy segura de qué clase de realidad estoy viviendo ahora mismo. No sé qué es real. En ese sentido yo tampoco tengo los pies en el suelo. No piso firme en ningún lugar. Mi madre ha abdicado, renunciado, desistido, declinado, rechazado, negado todo y me ha arrastrado al abismo con ella. Mi amor por ella es como un hacha. Un hacha que me ha arrancado de las manos y con la que amenaza cortarse los pies.