Llego así a un cruce dominado por varias señales de dirección en hebreo, árabe e inglés; entre ellas, hay una a la derecha donde se lee, en hebreo, árabe e inglés, «Yerushaláyim / Alquds / Jerusalem», y otra a la izquierda con la indicación, en hebreo, «Tel Aviv-Yafo». Giro hacia la derecha y detengo el coche unos diez metros más allá, en el arcén, para recuperar el resuello. Me tiembla el cuerpo. Trato de serenarme, y no me sereno porque el miedo se me ha asentado en todos los miembros hasta el punto de volverlos ligeros, casi como si se disolvieran. ¡Qué penosa soy! Y no sé dónde me encuentro, aunque diría que no debo quedarme aquí mucho más si no quiero suscitar sospechas. Saco con prisa los mapas que he traído y los despliego sobre el asiento del copiloto y sobre el volante. Algunos de ellos los publican centros de investigación y de estudios políticos, y muestran los límites de las cuatro zonas, el trazado del Muro, la evolución de los asentamientos en Cisjordania y Gaza. Otro mapa refleja cómo era Palestina antes de 1948, y aun otro, el que me dieron en la oficina de alquiler de coches, publicado por el Ministerio de Turismo israelí, muestra las calles y las urbanizaciones según el Gobierno de Israel. Con dedos temblorosos trato de localizar mi situación actual en el último mapa. No me he alejado mucho.