El contenido esotérico se ubica en un nivel distinto, meta-iconográfico y, de cierta manera, es el más obvio. El espectador tiene la libertad de descubrir las formas que emergen en el cuadro, aunque no necesariamente se trate de figuras intencionalmente planeadas por el artista. Es decir, lo que sería la visión iniciática es lo que emerge del cuadro al contemplarlo por unos minutos y, tal vez –pero no necesariamente– bajo el influjo de algún psicotrópico. Es entonces cuando aparecen caras diferentes y todo tipo de “alucinaciones”. Desde esta perspectiva, los grandes discos nierika en el centro del cuadro son los ojos del verdadero protagonista. Se revela la cara de una deidad pintada de color amarillo, como las pinturas faciales de los peregrinos huicholes que se elaboran del color de la raíz uxa. Resulta que este personaje es Tatutsi, la presa que practica el autosacrificio y se enfrenta al cazador que le dispara. Al mismo tiempo, contempla el amanecer. La visión obtenida queda pintada sobre su cara. La pintura facial tiene la calidad de nierika. Como hemos contado, nierika, como “instrumento para ver”, también puede ser un espejo. Pero un espejo chamánico. Lo que el mara’akame ve en un espejo de esta naturaleza es su cara transformada, como sucede con el rostro de Tatutsi en La visión de Tatutsi Xuweri Timaiweme.