Qué nos salva? ¿Puede salvarnos la literatura? Escribir como terapia es una visión que siempre he encontrado dudosa. Como si contar, contarse, compartir el propio sufrimiento fuera el camino hacia la sanación. Siempre me he rebelado contra esa idea. Aliviarse a través de la escritura, del arte, como si nos deshiciéramos de una sustancia tóxica, yendo a vomitar nuestros males en los demás. No, la verdad es que no me convence nada. Aun así, me parece que la literatura ha permitido a Julián Herbert y a otros autores con vidas dañadas entrar en un territorio en el que se han vuelto, en cierto modo, más libres. Pero ¿cómo? Porque, como ya he dicho, hacer arte del sufrimiento, estetizar la violencia, se convierte rápidamente en un callejón sin salida.
Así contestaría David Foster Wallace: «Y si hay algo que no ha cambiado es la razón por la que escriben los escritores que no lo hacen por dinero: lo hacen porque es arte, y el arte es sentido, y el sentido es poder».